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David Álvarez nació el 29 de enero de 1992 en Torre del Bierzo, donde creció rodeado de su familia, sus amigos y el eco de las minas que marcaron la historia de su tierra. Desde pequeño lo tuvo claro: quería ser minero, como su padre. Y lo fue. Lo fue con entrega, con coraje y con pasión. Pero sobre todo, «con una sonrisa que jamás dejó de regalar».
Su vida estuvo llena de vínculos que cuidó siempre. Su grupo de amigos de la infancia, el conocido «trío de ases», lo acompañó durante toda su vida, sumando «momentos inolvidables» a lo largo de los años. Entre ellos, Álvaro, al que llamaba «hermano», fue su compañero de trabajo y de «sueños bajo tierra». Ivanildo, su confidente, su mano derecha, celebraba con él cada reencuentro como si fuera el primero.
David vivió con intensidad cada segundo. En 2016 comenzó una historia de amor con Ruth. Dos años después formaron una familia junto a Cupra, la perrita a la que adoraban y que se convirtió en el centro de su hogar. Con ella aprendieron «otra forma de querer, una que completaba su pequeña gran vida».
Su familia fue siempre su refugio. Su hermano, su ejemplo. Sus padres, su raíz. El salón de casa, su lugar seguro, donde el tiempo parecía detenerse. Y también encontró un segundo hogar en Quintana de Fuseros, el pueblo de Ruth, donde era uno más: entre paseos con su suegro, charlas con su cuñado en el bar Bombay o ayudar en la cuadra con su suegra. David abrazó la vida de pueblo como si siempre hubiese sido suya.
Cuando cerraron las minas de la zona, David se reinventó en la construcción, donde encontró en Javier un amigo y compañero de oficio. Pero el carbón seguía latiendo en su interior. Por eso, cuando tuvo la oportunidad de volver a una mina, no lo dudó. Cumplía así, una vez más, su sueño.
Se levantaba con ilusión, con energía, con ganas de darlo todo. Sus compañeros dicen que irradiaba felicidad. Que su amor por la mina era real, profundo. Era un currante de los de verdad. Con alma. Con vocación.
Este martes 31 de marzo, Torre del Bierzo se llenó de coches, abrazos y silencios rotos. Centenares de vecinos y amigos acudieron al funeral de David en la iglesia de San Benito. El pueblo entero quiso despedirse de él, en una ceremonia marcada por la emoción, el respeto y el amor.
La Guardia Civil tuvo que organizar el tráfico ante la avalancha de personas que quisieron arropar a la familia. No cabía un alma más. Porque «David no fue solo un trabajador». «Fue un hijo querido, un amigo de los que dejan huella, una pareja entregada, y una persona buena, de las que no se olvidan».
La mina le arrebató la vida, pero no su luz. Esa seguirá brillando en cada rincón de Torre del Bierzo. En cada recuerdo, en cada anécdota compartida, «en cada mirada que alce los ojos al cielo pensando en él».
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