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Dicen que las guerras empiezan mucho antes del primer disparo. La madrugada del 24 de febrero de 2022 pasará a las páginas de los libros de historia como el inicio de una guerra que solo las decisiones de los hombres dilucidarán el trazo que dibujará en el mundo que conocemos.
Encontramos a Oresta frente al ordenador. La pantalla arroja imágenes de bombardeos, explosiones y, aunque no entendemos el alfabeto ni las palabras impresas sobre el periódico digital que consulta, el mesaje es claro: la guerra ha estallado.
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Oresta Modla vive desde hace 11 años en León. Casada con un leonés y propietaria de una papelería, el mundo de Oresta desde hace unos días se ha reducido en un pequeño punto del mapa: su ciudada natal, Leópolis. Su madre, hermana y sobrinos vivien allí. Aunque alejada de la frontera con Rusia, el miedo ya se ha instaurado en el cuerpo de Oresta «como en el de todos los ucranianos».
La vida en Lviv, como en el resto de Ucrania, se ha detenido ante el ataque ruso. «Los ucranianos están dispuestos a luchar. Están preparados para luchar por su país porque no tienen a dónde ir ni dónde esconderse».
Pero más allá de la voluntad del pueblo ucraniano, lo que pide Oresta es ayuda internacional. «Necesitamos que nos ayuden, que nos manden armas, dinero y que hagan gestiones con Rusia para que paren porque lo siguiente va a ser Polonia».
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El discurso de Oresta es firme, determinado. Escucharla es entender ese carácter de la Europa del Este: frío pero confiado. Sin embargo, la templanza de la ucraniana se derrumba en cuanto habla de su familia, aquella que vive con el miedo de no saber cuándo las tropas rusas pisarán sus calles.
«Mucha gente si puede se va a los pueblos, piensan que allí estarán más seguros. Mi madre hoy fue al trabajo, trabaja en un supermercado. Mi hermana se quedó en casa con sus hijos», cuenta Oresta, visiblemente emocionada cuando recuerda que justo el día en que su sobrino cumplía 16 años estallaba la guerra.
La comunidad ucraniana en León lo tiene claro: «Queremos ser libres. Somos dueños de nuestra casa y queremos decidir cómo vivir, cómo educar a nuestros hijosy decidir sobre nuestro territorio, donde nunca hemos oprimido a nadie ni hemos empezado ninguna guerra».
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Una libertad que Oresta entiende fundamental en un país que, recuerda, está lleno de distintos pueblos que siempre han vivido, «durante siglos», en hermandad. «Ucrania es un pueblo pacífico, no queremos guerras, pero tampoco vamos a dejar que nos invadan, que nos castiguen ni que nos opriman».
Si bien la historia, en ese afán por marcar, fechar y señalar las chispas de las guerras datará la madrugada del 24 de febrero como el estaillido de la guerra de Ucrania, cabe recordar que las guerras tampoco terminan con el último disparo.
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