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Luis Boya padre (I) y Luis Boya hijo (D) junto a uno de sus clientes (C), en la peluquería que fundó Dionisio Boya en 1929 en la calle del Reloj de Ponferrada.

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Luis Boya padre (I) y Luis Boya hijo (D) junto a uno de sus clientes (C), en la peluquería que fundó Dionisio Boya en 1929 en la calle del Reloj de Ponferrada. Carmen Ramos

La peluquería de 96 años que cortaba el pelo a los presos en la cárcel de Ponferrada

Luis Boya es la tercera generación al frente de la peluquería de caballero más antigua de la ciudad, situada en la emblemática calle del Reloj, que abrió su abuelo Dionisio Boya en 1929

Carmen Ramos

Ponferrada

Domingo, 9 de marzo 2025, 09:15

Es la peluquería más antigua de Ponferrada y durante años fue la encargada de cortar el pelo a los presos de la cárcel de la ciudad. Dionisio Boya la puso en marcha en el año 1929. Le tomó el relevo su hijo Luis en 1950. Hoy, su nieto, otro Luis y, por supuesto Boya, es la tercera generación al frente del negocio familiar. «Boya padre y Boya hijo», bromea este último mientras corta el pelo a un cliente con un manejo extraordinario del peine y la tijera.

Su fundador llegó a Ponferrada desde Zamora con tan solo 14 años. «Era un chaval», señala su hijo Luis, de 82 años y jubilado desde hace 15, sentado en uno de los sillones del establecimiento situado en el número 6 de la emblemática calle del Reloj, en el corazón del casco antiguo de la ciudad.

Antes de abrir sus puertas Dionisio Boya trabajó en la peluquería Peral, de la que se hizo cargo al caer enfermo su propietario. Todavía hoy en la pared cuelga una foto en blanco y negro en la que aparece asomado en uno de sus balcones en la primera planta de un edificio situado enfrente del establecimiento actual.

El abuelo fue el motor pero a él le siguieron su hijo y su nieto «por vocación», señalan. «Al vivirlo nos hemos ido introduciendo en el gremio y como nos ha gustado nos hemos quedado», indica Luis Boya padre. Para él la peluquería «ha sido todo». «Es donde tengo mis amigos, mi vida, todos los conocidos, hoy ya no son clientes, son amigos», remarca.

Hace 72 años, cuanto tenía 10, recuerda como iba con su progenitor a cortar el pelo a los presos en la cárcel de Ponferrada, lo que es hoy el Museo del Bierzo, ubicado casi frente a su escaparate. «Éramos vecinos e íbamos a la cárcel, el preso que tenía dinero pagaba él, pero si no había pecunio nos pagaba Prisiones», explica. Para él no era algo raro, lo tenía tan asumido como ir a su peluquería. «Estaba acostumbrado, veía a mi padre siempre que me llevaba allí y le cortaba el pelo a los presos políticos, ladrones y lo que había», asevera.

Con tantos años de profesión, Luis padre vivió la época dorada de marcas de masaje tan míticas como Varon Dandy, Aqua Velva -un bote con más de 60 años aún luce en una de sus estanterías- Williams y Floid, entre otras. Un tiempo que ha dado para mucho y en el que no han faltado las anécdotas en una etapa de la historia de la ciudad en la que no existían las peluquerías unisex pero las de caballeros también hacían trabajos para las mujeres.

«A la sangre no le hagas caso»

Cuenta Boya, el padre, como un Guardia Civil de Torre del Bierzo llegó un día a la peluquería con dos niños. «Nos dijo que les cortáramos el pelo, bien rapados, le pasas la máquina», indicó. Uno lo cogió su padre y otro él y «resulta que cuando le estoy pasando la máquina por la cabeza le miro a las sandalias y resulta que era una niña». Su padre lo frenó en seco. «Pero qué estás haciendo, es una niña... cuando venga el padre...», le advirtió. Pero el progenitor de las dos criaturas, «muy majo», le enmendó la mayor. «No, no, si es así como lo quería yo». Entonces Luis respiró aliviado.

En su memoria también permanece imborrable el momento en el que cuando empezó a trabajar de niño el afeitado se hacía con navaja, no con cuchilla como ahora. «Era complicado y muy difícil que la gente te dejara acercar una navaja a la cara a un chaval de 9 o 10 años». Pero siempre había algún osado.

Recuerda como un señor de San Andrés, el Gaucho, que trabajaba en La Minero, llegaba con su barba poblada a afeitarse y le decía «venga chaval, ponte ahí a afeitarme, yo iba medio temblando y me decía tú a la sangre no le hagas caso, tu roza bien la cara que quede todo bien rapado», relata. Un arte «muy complicado» en el que se curtió y que hoy en día también domina a la perfección su hijo «porque venimos de herencia», destaca.

Dionisio Boya, el fundador de la peluquería de caballero de la calle del Reloj de Ponferrada, corta el pelo a un cliente.

Luis, la segunda generación de la saga Boya por cuyas manos han pasado miles de cabezas, sacó adelante el negocio en un momento en el que no había academias y la misma peluquería era una escuela. «Todo era a base de venir, mirar y que te dejasen». Algo que dependía siempre de la confianza del cliente «y era muy difícil».

Por sus manos han pasado desde generales a ingenieros de la térmica de Ponferrada en la época dorada de 'La Ciudad del Dólar, el nombre con el que conoció durante mucho tiempo a la ciudad. «Venían con un coche y a buscarnos», remarca el segundo de los Boya. Recuerda como le cortaban el pelo a don Ubaldo, el director de La Minero y a algunos de los directores los domingos por la mañana. «Ibas a su casa, los afeitabas, los arreglabas y los dejabas guapos, porque era el día que tenían libre». «Es algo que ahora no se hace, solo por enfermedad o por compromiso» pero «en aquella época era así».

De los Beatles a los futbolistas

Con 70 años de trayectoria, Boya ha sido testigo de la evolución del sector de la peluquería «con momentos buenos y malos» pero en cuanto a técnica destaca el importantee cambio que ha experimentado la profesión sobre todo en la herramienta. de trabajo. «Hoy es más mecánica, la peluquería clásica ha cambiado, el corte pelo a navaja, esculpido, ha ido evolucinado».

También en las modas. En la época de los Beatles «los pelos los llevaba a media melena toda la gente» y ahora «nos acercamos más a la época de los anglosajones». Luis considera que en este momento los estilos los marcan las celebrities y sobre todo los futbolistas. «Ahora sale un futbolista y lleva en el pelo un lazo, por decirte algo, y hay que poner a la gente un lazo, y antes no, las modas las hacían los profesionales», dice.

Para Luis hijo, la tercera generación al frente de la peluquería Boya, heredar el negocio de su abuelo y de su padre es un orgullo. «Aprender de mi abuelo y de mi padre, eso es lo más grande», destaca. Él sí tuvo la oportunidad de completar su formación con una grado de FP de peluquería, «más de mujeres que de caballeros, aunque para mujeres nunca decidí dedicarme», explica mientras peina a uno de sus clientes desde hace 40 años. Se llama Ramón Sánchez es de Dehesas y es uno de sus fieles. «Me enamoré de esta peluquería y hasta el final ya no pienso cambiar», advierte.

«Cliente hasta que muere»

Un respeto al cliente que es el santo y seña del negocio y que han permanecido durante décadas, siempre «trabajando, sacando para poder vivir y queriendo al cliente y respetándolo», remarca el padre de Luis. Una fidelidad heredada de Dionisio el fundador de la peluquería Boya que siguen a pies juntillas. «Una norma implantada por mi padre es que el cliente hasta que se muere es cliente». Un cariño y una entrega que es recíproca porque si algo tiene claro Luis Boya padre es que «nos quiere la gente».

Él ya ve los toros desde la barrera aunque su presencia de la peluquería es habitual y habla con pasión de una profesión a la que ha vivido entregado. Mientras tanto Luis Boya hijo sigue «peleando» arreglando cabelleras en el casco histórico de la ciudad, un espacio que también ha vivido diferentes momentos pero que ahora «está mucho mejor, se trabaja bien y hay gente», reconoce.

La peluquería Boya es una peluquería de un barrio, es historia de la ciudad, que Luis hijo espera poder mantener todavía abierta durante unos cuantos años. Clientes no le faltan y ganas tampoco. Todo ello hasta que la jubilación llame a la puerta. Un adiós que cuando llegue puede echar el candado al negocio ya que por el momento parece que no hay relevo familiar, aunque la opción de un traspaso podría darle, por qué no, una vida aún más larga.

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