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Es un bar de los de siempre, de los que entras y el camarero te saluda por tu nombre y ya casi sabe hasta lo que te vas a tomar sin preguntar. El restaurante Gundín de Ponferrada ha sabido sortear los envites del tiempo, reinventarse y mantenerse lleno de vida con sus 58 años de historia conservando íntegra su esencia.
Comida tradicional y una extensa carta de vinos junto a calidad y buen servicio. Son las señas de identidad con las que el negocio dio sus primeros pasos de la mano de Agripina y su marido Leonides, naturales de Langre, en el municipio berciano de Berlanga, el día 1 de enero de 1967. Él era zapatero pero decidió reinventarse en el mundo de la hostelería. Tocaba sacar adelante a la familia. «No daba para todo el negocio, cuatro hijos y poco rendimiento», explica Miguel, la segunda generación al frente del Gundín.
Fue entonces cuando se decidieron «a buscar algo distinto» y vieron una oportunidad en el local situado en el número 5 de la calle Isidro Rueda -donde todavía se mantiene- que ya por entonces era un bar. «Habían mirado otro más pero se decidieron por este», relata Miguel, recordando como su madre ya había tenido una cantina en el pueblo en la que «vendía solo vino».
La hostelería era entonces «la salida que más se buscaba, se suponía que era un negocio que funcionaba y que los hijos saldrían adelante de alguna manera». Cuatro hijos que criar y que estudiar, porque a todos les dieron carrera. «Aunque yo me decidí por esto», apunta el actual gerente del mítico bar ponferradino. A pesar de que inició lo estudios de Empresariales en León «al final no me gustaba mucho y decidí dejarlo a la mitad».
Su madre «era, como decíamos antes, sus labores en casa» y su padre «zapatero artesano, hacía botas y zapatos por encargo, reparaba», relata Miguel desde el fondo de la barra de un bar en el que le salieron los dientes y en el que recuerda como cuando venía del colegio «hacía incluso los deberes» en una de sus mesas. Era el momento en el que la casa familiar estaba ubicada en el piso superior.
«Ellos cogieron muy bien esto», destaca Miguel, no en vano era la zona de vinos en el centro de la ciudad donde el Gundín compartía espacio y clientela con otros locales de la ronda de vinos del momento como el bar Bristol -conocido y recordado en la ciudad por su famoso pincho de gamba a la gabardina- y el Sandes. Sortearon una crisis en el 95 y 96, años en los que «el barrio estaba muy abajo». «Luego comenzó a resurgir otra vez y ahí nos mantenemos», remarca, consciente de que «hay que adaptarse a lo clientes siempre».
Él y su esposa Nieves son el tandem perfecto. Así lo llevan demostrando desde hace 38 años. Nieves lleva las riendas de los fogones y es la encargada de hacer magia entre cacerolas y sartenes dando vida a la exquisitas tapas y raciones, además de los platos del menú que sirven cada día en su restaurante.
Miguel hace lo propio detrás de la barra del Gundín que maneja como nadie con gran destreza y agilidad, todo ello aderezado siempre con una gran sonrisa y una extraordinaria cordialidad en el trato que dispensa a todos y cada uno de sus clientes. Si el negocio funcionaba ya con sus padres, desde 1987 ellos lo han consolidado como toda una referencia y parada obligada en la ronda de vinos y tapeo en la ciudad.
Un clásico en su barra son los cacahuetes que nunca faltan. Pero si por algo es famoso el Gundín es por sus pinchos, tapas y raciones, como las de oreja, que «al que no le gusta en su casa aquí repite», morcilla y mollejas en salsa «de toda la vida». Todo un clásico, a las que suman las de lacón con pimientos, cecina, pulpo al ajillo, chipirones, langostinos, entre otras muchas. «La cocina es toda casera y la gente lo agradece», destaca Miguel. Cuando un cliente le pregunta cuál es su especialidad no vacila. «Son todas, si alguna cosa estuviera solo regular no la pondríamos».
Buen comer que marida a la perfección con su extensa carta de vinos. Aquí se deja ver la mano de su propietario, amante de la enología, que lo ha convertido en todo un santuario de un arte en el que se desenvuelve a la perfección. «A mí siempre me gustó ese mundillo y a partir de los años 90 las distribuciones también mejoraron bastante y tenía posibilidad de coger vinos de fuera, de Ribera de Duero, Rioja, Toro... y me puse a servir vinos que la gente no conocía», asevera Miguel.
Tiene más de 600 referencias en bodega, una de las más completas que se pueden encontrar en El Bierzo, «y para servir en copa tenemos muchísimas, hay días que hay abiertas más de 40 botellas de tinto». Un arte que asegura que ya está calando entre los más jóvenes que también tienen al Gundín como referencia.
No en vano, el mítico bar del centro de Ponferrada se consagró en la última Navidad poniendo de moda el 'tardeo' antes de las celebraciones con la familia. «Me he dado cuenta que a la gente le gusta más ahora por el día que no por la noche, ha cambiado, le gusta más por el día aprovechar al máximo y luego al llegar a las doce de la noche para casa», explica la segunda generación al frente de Gundín.
Miguel da forma sobre la barra con rotulador en mano a las letras del cartel que anuncia que ya se puede degustar la tradicional limonada de Semana Santa. Una cita especial que llama ya a la puerta y en la que este mítio bar situado en el centro de la capital berciana aguarda la llegada de «un montón de gente que está fuera con ganas de venir a tomarse un pincho de oreja o de morcilla con un vino».
Con 58 años de historia el Gundín sigue tan vivo o más incluso si cabe que el primer día que abrió sus puertas, a pesar de que parece que no habrá una tercera generación que le dé el relevo. «Como Gundín no, podrá seguir pero con otra gente».
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